El Corredor Boliviano: una entrevista a José Rodríguez Elizondo en el Perú
Sumilla: Rodríguez Elizondo sugiere que Chile tendría interés en no resolver el problema del “triángulo terrestre” para excusarse de negociar con Bolivia mientras subsista dicho problema fronterizo con el Perú.
A mediados de diciembre último, el ilustre periodista, diplomático y escritor chileno, José Rodríguez Elizondo, estuvo nuevamente de paso por Lima y aprovechó una entrevista que le concedió a la revista Caretas (leer aquí), con la que colaboró varios años, para compartir con el público peruano sus puntos de vista sobre el litigio que su país mantiene con Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia en materia de negociación de una salida propia al Océano Pacífico y su eventual vinculación con el Tratado de 1929.
No es la primera vez, por cierto, que Rodríguez Elizondo se pronuncia sobre dicho tema. Quizá valga la pena recordar uno de sus artículos más recientes, “Evo contra Chile: así comenzó todo" (leer aquí), que apareció en agosto de 2015 en un diario digital chileno y fue objeto de un comentario en la nota “El Tratado de 1929, ¿alianza Perú-Chile contra la aspiración marítima de Bolivia?” (leer aquí) en este mismo espacio.
En esta oportunidad, Rodríguez Elizondo señala al inicio de la entrevista que, ante un eventual fallo de la Corte Internacional de Justicia a favor de Bolivia, “Chile tendrá que decir: ‘Yo siempre he pensado que la única posible salida es por Arica, pero ahí tengo una hipoteca con Perú’.”
Rodríguez Elizondo se refiere, sin duda, al artículo primero del Protocolo Comentario del Tratado de 1929, que se conoce más como la “cláusula del candado” y que estipula textualmente que “los Gobiernos del Perú y Chile no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder, a una tercera potencia, la totalidad o parte de los territorios que, en conformidad al tratado de esta misma fecha, quedan bajo sus respectivas soberanías, ni podrán, sin ese requisito, construir a través de ellos nuevas líneas férreas internacionales.”
Pero la “cláusula del candado,” ¿es realmente una hipoteca, como la califica Rodríguez Elizondo? Bastará recordar cuál fue su origen para dar con la respuesta. Veamos.
La paternidad de la “cláusula del candado”
Recordemos brevemente que Chile incluyó, en una de sus primeras propuestas al Perú durante la negociación del Tratado de 1929, en marzo de ese año, que el puerto que Chile financiaría para Tacna al norte del río Lluta “no podría ser cedido a una tercera parte y que ninguna vía férrea a Bolivia podrá ser construida.” Leguía habría señalado que le parecía innecesaria dicha referencia, pero que la aceptaría si Chile insistía en ella.
Chile insistió, en efecto, y formalizó su propuesta en un documento cuyo último punto estipulaba expresamente que “Chile y el Perú no podrán, sin el acuerdo previo entre ellos, conceder a una tercera parte ninguna porción del territorio o alterar el sistema actual de vías férreas internacionales.”
El envío de esta propuesta, que figura en la correspondencia del Departamento de Estado de los EEUU, es corroborada por el propio Ministro de Relaciones Exteriores de Chile de la época, Conrado Ríos Gallardo, en su conocido libro “Chile y Perú: los pactos de 1929,” publicado en 1959.
Años más tarde, en una publicación titulada “150 años de política exterior chilena” que apareció en 1977, se le preguntó al ex Canciller Ríos Gallardo si era verdad que él era el autor del artículo primero del Protocolo Complementario, que contenía la cláusula en comentario.
Su respuesta fue: “es efectivo, no lo había dicho nunca, pero desgraciadamente, la discreción no es profesión exclusiva de los diplomáticos, uno de ellos se refirió a cómo había sido redactado el documento y relató que éste había sido escrito de puño y letra por mí, es verdad, pero ¿por qué se hizo? Se hizo por una razón: Bolivia seguía insistiendo en su aspiración.”
Ríos Gallardo agregó que “no crean que fue fácil esta empresa. Es mucho más fácil criticar estas gestiones que realizarlas; no se logró convencer sin esfuerzo al Presidente Leguía de que lo aceptara,” lo que sugiere que el Perú no tenía mayor interés en introducir dicha cláusula en el tratado, a diferencia de Chile, y hubo que presionarlo.
(En 2009, sin embargo, Rodríguez Elizondo deslizó en su libro “De Charaña a La Haya: Chile entre la aspiración marítima de Bolivia y la demanda marítima del Perú” que “no es imposible, para los adeptos a las hipótesis conspirativas, que ese molesto candado con forma de protocolo haya sido inventado en el Palacio de Torre Tagle y ‘regalado’ a Chile para su presentación.” ¿No conocía Rodríguez Elizondo las declaraciones hechas por Conrado Ríos Gallardo en 1977 y en tan importante obra sobre la política exterior chilena? Difícil creerlo….)
Y si tenemos en cuenta que ningún Estado insiste en incluir en un tratado una cláusula que pudiera afectar o limitar su propia libertad de acción, no queda sino concluir que lo que Chile buscaba era precisamente eso, una limitación a su capacidad de decisión para evitar tener que cederle territorio a Bolivia.
En buen romance, esa cláusula le permitiría a Chile decirle a Bolivia que estaría dispuesta a cederle una salida al mar por Arica, pero que el Perú se opone. O, para citar al propio Rodríguez Elizondo, “ahí tengo una hipoteca con Perú.”
En tal sentido, no es tan exacto que “Chile y el Perú, con Leguía e Ibáñez, pactaron un frente común para excluir (a Bolivia) y bloquearle una salida soberana por Tacna y/o Arica,” como sugiere Rodríguez Elizondo. Más exacto sería decir que, al presionar a Leguía para que acepte esa cláusula, lo que Chile hizo fue involucrar al Perú en un mecanismo que había diseñado a todas luces para bloquear a Bolivia.
En realidad, la “cláusula del candado” aparece así como una prueba fehaciente de que Chile no tenía mayor interés en darle a Bolivia una salida al mar por Arica, motivo por el cual, más que una “hipoteca,” dicha cláusula sería para Chile, más bien, un seguro contra las aspiraciones marítimas de Bolivia.
El “error grave” de Chile
Más adelante en la entrevista, Rodríguez Elizondo confiesa que “Chile cometió un error grave desde 1949 hasta 1951, que fue negociar directamente con Bolivia una salida soberana al mar por Arica, el famoso ‘corredor boliviano’, en el supuesto de que ‘el previo acuerdo’ con el Perú se podría dar a posteriori.”
Acto seguido agregó que “la estrategia de Bolivia ha sido inutilizar el mecanismo y eso fue lo que hizo en 1949, cuando negoció directo con Chile el corredor” y concluyó diciendo que Bolivia “cambió el orden de los factores, pues Chile debió negociar primero con Perú.”
En buena cuenta, lo que Rodríguez Elizondo parece estar sugiriendo es que, según su interpretación de los términos de la “cláusula del candado,” Bolivia no tendría derecho de negociar directamente con Chile una eventual salida al mar, sino que tendría que esperar a que el Perú y Chile se pongan de acuerdo entre ellos para recién luego negociar con Chile sobre la base de tal acuerdo.
Por añadidura, Rodríguez Elizondo le endosa a Bolivia la responsabilidad de haber inducido a Chile a negociar directamente – aunque reconoce cándidamente que fue un “grave error” hacerlo – y de haber así “inutilizado” el mecanismo creado por el Canciller Ríos Gallardo en 1929.
Pero, ¿fue realmente un “grave error” negociar directamente con Bolivia? En realidad no, no lo fue. Muy por el contrario, pues, como acabamos de ver, la “cláusula del candado” fue concebida por Chile precisamente para limitar su libertad de acción frente a Bolivia y tener así la excusa perfecta para no darle una salida al mar por Arica y evitar, al mismo tiempo, tener que asumir la responsabilidad que le corresponde por el enclaustramiento boliviano.
En tal sentido, el mecanismo creado por el Canciller Ríos Gallardo en 1929, lejos de haber sido “inutilizado” por la iniciativa boliviana de negociar directamente con Chile primero, les ha venido funcionando muy bien a nuestros vecinos sureños.
No olvidemos que el problema de la mediterraneidad de Bolivia es un asunto bilateral entre Bolivia y Chile por la sencilla razón que la antigua costa boliviana le pertenece hoy a Chile, lo que contribuye a explicar por qué el Perú y Chile no podrían tener los mismos intereses frente a la mediterraneidad de Bolivia.
Y es por esto también que lo más lógico es que Bolivia negocie una eventual salida al mar directamente con el mismo país que lo privó de su costa durante el siglo XIX.
¿Y el “triángulo terrestre”?
Ante esta pregunta, que no podía faltar en una entrevista en el Perú, Rodríguez Elizondo deslizó que, en la hipótesis que Chile y Bolivia lleguen a algún tipo de acuerdo sobre un corredor adyacente a la frontera terrestre con el Perú, se presentaría el problema del curso del corredor a partir del Hito 1, ya que Chile diría que el corredor iría pegado al paralelo que pasa por dicho hito, y el Perú que tendría que ir hasta el punto Concordia (que Rodríguez Elizondo se resiste a llamar por su nombre y denomina “ex punto 266”).
En tal sentido, puntualiza Rodríguez Elizondo, “mientras exista la controversia chileno-peruana por el triángulo – que para mí es una cuña – Bolivia no va a poder definir una línea indisputada de salida al mar.”
En este punto, Rodríguez Elizondo parecería estar sugiriendo que “la controversia chileno-peruana por el triángulo” podría desempeñar una función similar que la “cláusula del candado.”
En otras palabras, parecería estar insinuando que Chile le podría plantear a Bolivia, llegado el caso, que no puede negociar un eventual corredor mientras tenga una “controversia” territorial pendiente con el Perú.
Y esto parecería explicar que Rodríguez Elizondo concluya sus respuestas a la entrevista calificando la relación entre el Perú y Chile “entre delicada y grave” debido a la existencia de un “territorio en disputa” y señalando que “la simple y ruda reivindicación no permite establecer una línea de diálogo para iniciar una negociación.”
¿Relación entre delicada y grave? ¿Territorio en disputa? Hay que tener una imaginación realmente exuberante – si cabe la expresión – para sostener con un mínimo de seriedad que el Perú podría estar intentando “disputarle” a Chile un pedazo de su territorio.
Lo único que podría ser calificado razonablemente como “delicado y grave” en la relación entre el Perú y Chile es que en Chile se insista en desconocer que la frontera terrestre tiene su inicio en el punto Concordia, tal como se acordó expresa y textualmente en el Tratado de 1929.
(No lo es menos que Chile también se haya permitido tergiversar la definición del punto de inicio de la frontera marítima con el Peru, fijada por la Corte Internacional de Justicia (leer aquí) en su sentencia del 27 de enero de 2014.)
Y no hay que tener tanta imaginación para darse cuenta que el territorio que se extiende al norte de la línea de frontera que se inicia en el punto Concordia es exclusiva e incuestionablemente peruano, así como aquel que se extiende al sur de dicha línea limítrofe le pertenece a igual título a Chile.
Pero si Rodríguez Elizondo estuviera en lo cierto y en Chile se estuviese pensando, efectivamente, utilizar la “controversia” sobre el denominado “triángulo terrestre” como un recurso adicional para evitar una eventual negociación con Bolivia, se podría explicar entonces el interés chileno no sólo de no resolverlo sino inclusive de permitir que adquiera mayores proporciones a fin de asegurar que sea percibido como un obstáculo real a una negociación con Bolivia.
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