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El Tratado de Ancón y las conferencias de Chorrillos

Publicado: 2019-04-13

Sumilla: La inclusión del plebiscito en el Tratado de Ancón, por iniciativa de José Antonio de Lavalle durante las conferencias de Chorrillos, permitió que Tacna regresara al Perú en 1929. 

El artículo tercero del Tratado de Ancón, firmado el 20 de octubre de 1883, puso fin de la guerra con Chile y dispuso que las provincias peruanas de Tacna y Arica habrían de continuar en posesión de Chile, sujetas a su autoridad y legislación por un período de diez años, y que un plebiscito decidiría, al término de dicho período, si ambas provincias regresaban al Perú o se incorporaban definitivamente a Chile. 

Durante los casi cuarenta años posteriores al vencimiento del plazo fijado de diez años, les resultó imposible a los dos gobiernos ponerse de acuerdo sobre cómo llevar a cabo el plebiscito, principalmente porque ambos tenían visiones distintas, por no decir opuestas, sobre el sentido del plebiscito pactado en el Tratado de Ancón. 

En el Perú, el plebiscito fue visto como una posibilidad – algo remota, pero una posibilidad al fin y al cabo – de recuperar pacíficamente sus antiguas provincias de Tacna y Arica. Así parece haberlo pensado don José Antonio de Lavalle, al momento de negociar en Chorrillos las estipulaciones del Tratado de Ancón. Lavalle, recordemos, tuvo a su cargo la mediación celebrada en Santiago entre febrero y abril de 1879, con la finalidad de evitar la guerra (ver aquí). 

En Chile, en cambio, el plebiscito fue visto como una fórmula para atenuar los rigores del Tratado de Ancón y, consecuentemente, como un artificio que habría de permitirle incorporar de manera definitiva a su soberanía las dos provincias peruanas cuya posesión temporal había obtenido a través de las armas. Al cabo de de diez años de posesión, se pensó que poco o nada quedaría en ambas provincias que no fuese chileno. 

La idea de dejar en manos de las poblaciones nativas la decisión del destino final de Tacna y Arica, como se verá a continuación, surgió de las mismas negociaciones que condujeron a la firma del Tratado de Ancón, en la ciudad de Lima aquel 20 de octubre de 1883, y que fueron celebradas en lo que quedó del balneario de Chorrillos, entre fines de marzo e inicios de mayo de 1883. 

Las Conferencias de Chorrillos 

Recordemos antes de empezar que, derrotados los ejércitos peruanos y ocupada Lima por las fuerzas chilenas, Miguel Iglesias proclamó a fines de agosto de 1882, desde su hacienda en Montán, Cajamarca, la urgencia de poner un fin a la guerra y asegurar la desocupación de las fuerzas chilenas, lo que implicaba la imperiosa pero inevitable necesidad de negociar una paz en los términos exigidos por el gobierno chileno. 

Al hacerse conocido, el Manifiesto de Montán suscitó tanta indignación entre peruanos como poco interés entre las autoridades chilenas, debido sin duda al escaso ascendiente de Iglesias en la política peruana y a su notoria debilidad en términos militares. 

Los chilenos, sin embargo, no tardaron mucho en entender que Iglesias era la única personalidad peruana dispuesta a suscribir un acuerdo de paz que le permitiese a Chile sancionar jurídicamente sus conquistas territoriales. Se hacía así necesario fortalecerlo para que pueda formar un gobierno efectivo. A partir de ese momento, Iglesias contaría con todo el apoyo de Chile, lo que incluía tanto dinero como armamento. 

Pero había un requisito previo indispensable para que Iglesias pudiese empezar a recibir el apoyo chileno. Tenía que firmar primero un documento aceptando las condiciones de paz chilenas y comprometiéndose formalmente a suscribir un tratado de paz bajo tales condiciones. Los términos de dicho documento fueron negociados por José Antonio de Lavalle y Mariano Castro Zaldívar en representación de Iglesias, y Jovino Novoa, representante político de Chile en Lima, en las cuatro conferencias que tuvieron lugar en Chorrillos entre marzo y mayo de 1883. 

Las condiciones de paz que Novoa le hizo llegar a Iglesias antes de la celebración de dichas conferencias fueron las siguientes: cesión absoluta e incondicional de Tarapacá; venta de Tacna y Arica en 10 millones de pesos; los territorios cedidos y comprados no reconocen deuda el Perú; posesión de las islas de Lobos hasta haber extraído un millón de toneladas de guano; y arreglo de las relaciones comerciales e indemnizaciones a chilenos mediante pactos posteriores. 

(El presente artículo se basa principalmente en el detallado recuento de las conferencias de Chorrillos que figura en la Guerra del Pacífico del historiador chileno Gonzalo Bulnes y se circunscribirá a lo conversado sobre el plebiscito como manera de resolver el problema de la nacionalidad de Tacna y Arica.) 

Primera conferencia 

Durante la primera conferencia, celebrada el 27 de marzo de 1883, Lavalle habría intentado primero evitar la cesión de Tarapacá, aun sabiendo que no tenía ninguna posibilidad de éxito, para luego señalar las dificultades que la venta de Tacna y Arica implicarían, pues no se trataba de vender territorios sino también poblaciones peruanas. 

Lavalle habría agregado, según el historiador chileno Bulnes, «que reconocía que esos territorios estaban destinados a ser de Chile de todos modos pero que consideraba necesario encubrir la forma de la cesión para salvar las susceptibilidades nacionales» y «propuso un plebiscito a diez años, a ciencia cierta de que al fin de ese término el plebiscito diría lo que deseara Chile». Novoa quedó en efectuar la consulta a su gobierno. 

En su carta de fecha 28 de de marzo de 1883, Lavalle le informaba a Iglesias que le había manifestado a Novoa que «el sacrificio de Tarapacá y de Iquique, que no representaba más que riquezas, aunque inmensas, no me importaba, pero que el de Arica y Tacna, que representaban peruanos, me horroriza, pues un hombre podía vender su casa o su hacienda o regalarla, pero no podía vender o ceder a sus hermanos». 

Y le decía que le había propuesto a Novoa la siguiente fórmula: «Las provincias de Arica y Tacna quedarán en poder de Chile por diez años, al fin de los cuales se provocará un plebiscito por medio del cual sus habitantes decidirán si quieren volver al Perú o anexarse a Chile o a otra nación». 

Lavalle parece haber sido consciente de que un gobierno que cediese no sólo Tarapacá sino también Arica y Tacna podría tener serios problemas de estabilidad, sobre todo si carecía de una sólida base popular y partidaria, como parecía ser el caso del movimiento de Iglesias. Y ante la determinación chilena de incorporar dichas provincias a su territorio, sólo cabía buscar una fórmula que minimice el costo político de aceptar el desmembramiento del Perú para conseguir la paz y la desocupación del ejército chileno. 

Pero ésta no parece haber sido la única preocupación de Lavalle. El historiador chileno Bulnes sostiene que los peruanos desterrados en Chile, en su mayoría civilistas, no dudaban que Tacna y Arica estaban perdidas para el Perú y que lo que debatían era la forma de cesión: «Los unos, el mayor número, preferían la venta lisa y llana a cambio de diez millones de pesos. Otros sostenían que la venta no debía aceptarse en ningún caso porque daba a Chile título perfecto, e impedía toda expectativa de reivindicación en el futuro. Lavalle era de este número». 

Segunda conferencia 

La respuesta chilena a la contrapropuesta peruana fue materia de la segunda conferencia, que tuvo lugar el 9 de abril de 1883. Chile aceptaba la sustitución de la venta de Tacna y Arica por un plebiscito al cabo de diez años, idea que había sido propuesta un año antes por Chile a Francisco García Calderón por intermedio del plenipotenciario estadounidense en Santiago, Cornelius Logan, y rechazada por García Calderón. 

Así lo explica Domingo Santa María, el presidente chileno, en su carta a Novoa de fecha 3 de abril de 1883: «La primera (el plebiscito) fue aquí idea nuestra sugerida a Logan, cuando se entendía con (García) Calderón, y rechazada por éste por motivos que no recuerdo en este momento. Si ahora se nos presenta como idea peruana la acogemos en el acto en la forma que telegráficamente te he expresado, porque es evidente que después de una posesión de diez o quince años apenas habría en Tacna alguna cosa que no fuera chilena, etc.». 

Aclarado el punto, Lavalle propuso que, tras la celebración del plebiscito, Chile le pagara al Perú los diez millones de pesos que había ofrecido inicialmente para comprar Tacna y Arica. Novoa replicó oponiéndose con el argumento que la eventual incorporación de dichas provincias al territorio chileno ya no se produciría mediante una transacción sino por virtud de una decisión popular: «no se conciliaba con el plebiscito pagar el voto popular». Por tal motivo, no podía aceptar el pago propuesto por Lavalle, pero accedió a consultar a su gobierno. 

En su carta de fecha 18 de abril de 1883 a Iglesias, Lavalle explicó que había hecho esa propuesta en virtud de «la necesidad que teníamos de no aparecer sacrificando esos diez millones, por lo que se nos haría cargo después» y agregó que «ciertamente no sería el gobierno de Ud. el que disfrutase de esos millones, que no se pagarían al Perú sino dentro de qué sé yo cuántos años, cuando ni Ud. ni yo nos contaríamos quizás entre los vivos». Quedan así en evidencia las pocas ilusiones que Lavalle se hacía sobre el resultado de un eventual plebiscito en Tacna y Arica. 

Por su parte, Novoa le informó a Santa María, que «les manifesté la sorpresa que tal petición me causaba puesto que si se había ofrecido dinero por aquel territorio, era como precio de compra y no se comprendería cómo se hubiera exigido para el caso de plebiscito, desde que ni nosotros íbamos a comprar el voto popular, ni lo que éste nos diese daba título al gobierno del Perú para pedirnos dinero». 

Tercera conferencia 

Durante la tercera conferencia, celebrada el 22 de abril de 1883, Novoa señaló que su gobierno aceptaba la propuesta peruana pero siempre bajo condición de reciprocidad, es decir que el país que ganaba el plebiscito le pagaría al otro los diez millones de pesos. Lavalle intentó oponerse a esta contrapropuesta chilena haciendo valer que el Perú no podía obligarse a terminar pagando, en caso de ganar el plebiscito, por un territorio que le pertenecía, pero Novoa insistió en la posición de su gobierno. 

Según Bulnes, Lavalle se habría resistido a la contrapropuesta transmitida por Novoa «haciéndole notar la inverosimilitud del caso, lo improbable de que el Perú tuviese que pagar esa suma, porque Tacna y Arica resolverían lo que Chile quisiera». Nuevamente afloraba el pesimismo de Lavalle sobre el eventual veredicto del plebiscito.

El 13 de abril de 1883, Santa María le escribía a Novoa manifestándole su confianza en que el plebiscito habría de ser favorable a Chile al cabo de una década de ocupación:

«Ellos pueden decirnos: inventamos un plebiscito en las condiciones propuestas para salvar, únicamente, las asperezas de la venta, y para lograr por este medio que el Tratado sea aceptado. De otro modo no sería posible la cesión. Pues bien, si el plebiscito no es más que un rodeo, una invención para disimular la venta no hay razón para que se excuse el pago de la cantidad ofrecida, desde que es seguro que el plebiscito efectuado dentro de diez años, va a dar a Chile los lugares que hoy disputa al Perú. Esta observación es exacta: no lo neguemos. El plebiscito es arbitrio para disimular una cesión o una compra que desnuda y franca embarazaría hoy la paz». 

Y sin embargo, tanto Lavalle como Santa María se equivocaron: una década de ocupación no fue suficiente para lograr que los pobladores de Tacna y Arica prefiriesen dejar de ser peruanos y volverse chilenos.
 
Cuarta y última conferencia 

La redacción final del documento mediante el cual Iglesias se comprometía «formal y solemnemente a suscribir con la República de Chile un tratado de paz, tan luego como el Ministro Plenipotenciario de ese país me reconozca a nombre de su Gobierno como Presidente del Perú», fue acordada el día 3 de mayo de 1883, durante la cuarta y última de las conferencias de Chorrillos. 

El segundo punto de dicho documento, que resulta de particular interés en relación con el presente artículo, es el siguiente: 

«Los territorios de Tacna y Arica continuarán poseídos por Chile y sujetos en todo á la legislación y autoridades chilenas por el término de diez años, contados desde que se ratifique el Tratado de paz. Espirado este plazo se convocará á un plebiscito que decida por votación popular, si dichos territorios quedan del dominio y soberanía de Chile ó si vuelven al Perú. Aquel de los dos países á cuyo favor queden anexados definitivamente los mencionados territorios, pagará al otro diez millones de pesos moneda chilena de plata, ó soles peruanos de igual ley y peso que aquella. Un protocolo especial establecerá la forma en que el plebiscito deba tener lugar y la forma y época en que hayan de pagarse los diez millones por el país que quede dueño de Tacna y Arica». 

El documento en sí fue firmado por Iglesias el 10 de mayo de 1883 y el 18 de octubre del mismo año Jovino Novoa, representante del gobierno chileno en Lima, le dirigía una comunicación a Iglesias reconociendo a su gobierno como «gobierno nacional de la República del Perú». 

El Tratado de Ancón – a pesar de su nombre – fue suscrito en Lima dos días más tarde, el 20 de octubre de 1883

Comentarios finales 

La idea de diferir el problema del destino final de las provincias peruanas de Tacna y Arica a la decisión de sus propias poblaciones, en una votación popular que debió tener lugar diez años después de la entrada en vigor del Tratado de Ancón, fue una propuesta de José Antonio de Lavalle para asegurar la viabilidad política del acuerdo de paz, como condición indispensable de la desocupación de las fuerzas chilenas del territorio peruano. 

Lavalle era plenamente consciente de que el gobierno de Iglesias no se hubiera podido sostener si el Tratado de Ancón hubiera implicado la cesión inmediata no solo de Tarapacá sino también de Tacna y Arica. Era por ello imprescindible encontrar una fórmula que suavizara, por así decirlo, los términos del tratado y los hiciera parecer menos onerosos al pueblo peruano. La opción del plebiscito implicaba la posibilidad de una cesión temporal y condicionada de Tacna y Arica, y no necesariamente permanente. 

Pero también sugería una posibilidad, aunque remota, de evitar dicha cesión si se ganaba el plebiscito. Es cierto que todos pensaban, y Lavalle entre ellos, que tras diez años de ocupación chilena un plebiscito sería inevitablemente favorable a Chile. Al mismo tiempo, sin embargo, nadie parece haber dudado que la decisión final recaería en los propios tacneños y ariqueños, y que una victoria peruana no dejaba de ser una posibilidad, tal como lo dejó entrever el entonces Canciller de Chile, Luis Aldunate, en la Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores de 1883. 

Y si bien Lavalle aparece como un personaje más bien pesimista sobre las posibilidades peruanas de ganar el plebiscito y recuperar las dos provincias, el propio Bulnes señaló en su monumental obra histórica que Lavalle era uno de los que no dejaban de alimentar expectativas de una reivindicación en el futuro. 

En último análisis, la fórmula de Lavalle contribuyó a que estas expectativas se pudieran ver parcialmente satisfechas con la recuperación de Tacna, casi medio siglo más tarde, mediante la suscripción del tratado del 3 de junio de 1929.

Escrito por

Hubert Wieland Conroy

Magister en Derecho Constitucional. Diploma de Estudios Superiores en Relaciones Internacionales de la Universidad de Ginebra.


Publicado en

La pluma inquieta

Reflexiones constructivas sobre temas diversos.