Reflexiones sobre una pandemia en un mundo globalizado
Sumilla: La pandemia del coronavirus solo podrá ser exitosamente controlada mediante un esfuerzo concertado entre Estado y sociedad a nivel nacional, y una acción solidaria entre Estados vía cooperación internacional.
Hace casi dos meses que una parte más o menos importante de la población peruana hemos estado viviendo en el recinto de nuestros hogares – procurando minimizar nuestras salidas a la calle a lo estrictamente necesario – como parte de una estrategia del gobierno para combatir la pandemia de un virus muy peculiar conocido como covid-19 o coronavirus. Este virus tiene dos peculiaridades importantes: la primera es que se propaga rápidamente a través del contacto humano; y la segunda es que ataca principalmente el sistema respiratorio del ser humano, pudiendo causar la muerte en muchos casos, si no es tratado adecuada y oportunamente.Hace también casi dos meses que se puede leer, en todos los medios, comentarios de todo calibre sobre la naturaleza y efectos del coronavirus, sobre los aciertos y desaciertos de gobiernos en diversas partes del mundo para combatir la pandemia, sobre el aumento alarmante de contagiados y de muertos, sobre el número de camas UCI disponibles, sobre si la curva se ha aplanado o no, en fin. Pero sobre todo abundan los críticos que parecen ser no solo expertos en combatir pandemias sino que se creen también en la obligación moral de señalar todos los errores que el gobierno viene cometiendo pero, curiosamente, sin precisar realmente qué es lo que se podría – y debería – hacer mejor.
Y sin embargo no podemos quedarnos de brazos cruzados ante una pandemia que tiene paralizado no solo al Perú sino también a buena parte del mundo. Cierto es que a algunos países les va mejor que a otros, quizás porque tienen más recursos o porque son Estados más eficientes o porque sus poblaciones son más disciplinadas o por una combinación feliz de esos factores, entre otros. Y no es menos cierto que el Estado en nuestro país es sumamente precario, carece de instituciones sólidas, casi no existe noción de lo público, el nivel de la educación de las grandes mayorías es muy pobre, con frecuencia aquel de las minorías pudientes también, y la corrupción campea por doquier.
Con mayor razón resulta necesario, por no decir indispensable, reflexionar – insisto, reflexionar – sobre el predicamento que nos ha tocado vivir, pues si no lo hacemos, será muy difícil entender lo que está ocurriendo y, sobre todo, entender qué es lo que se podría hacer – no me atrevería a decir debería hacer – para poder superar esta pandemia y, eventualmente, regresar a un mínimo de normalidad social en que todos podamos continuar con nuestros proyectos respectivos de vida. Mientras mejor sea nuestro entendimiento, mejores serán también nuestros recursos para sobrellevar los sacrificios que toca hacer para luchar contra esta pandemia.
Noción de pandemia
Quizá un buen punto de partida para nuestra reflexión sea entender claramente qué es una pandemia y cuál es su característica fundamental. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ofrece una definición muy sencilla pero útil para nuestros fines. Define una pandemia simplemente como «la propagación mundial de una nueva enfermedad». Examinémosla.
Por un lado, se trata de una «nueva» enfermedad, lo que sugiere la altísima probabilidad de que el sistema inmunológico de muchos no sea capaz de defenderse adecuadamente ante un eventual contagio, como cuando los europeos llegaron a América del Sur con enfermedades desconocidas para los nativos, que fueron así diezmados.
Por otro lado, lo que caracteriza a una pandemia no es tanto la enfermedad en sí como el hecho que propaga no solo de manera local sino a nivel «mundial». De ahí el origen etimológico del termino: la combinación de dos voces griegas «pan» y «demos», «todo» y «pueblo». Esto significa que se trata de una propagación muy fuerte y de gran velocidad, pues de otro modo no podría expandirse por todo el mundo. Y esta propagación se ve potenciada por la extraordinaria movilidad que caracteriza a nuestro mundo globalizado contemporáneo.
A estas alturas del partido, resulta ocioso para fines prácticos preguntarse si el coronavirus fue generado en un laboratorio o es un producto natural, generado por evidentes desbalances ecológicos. Lo importante es que el coronavirus ya está en el ambiente, por así decirlo, y se está propagando a gran velocidad y en todas partes del mundo. Lo hay que hacer ahora es detener dicha propagación o neutralizarla, para impedir que siga contagiando gente, con efectos fatales muchas veces. Pero, ¿es eso posible? Veamos.
A nivel nacional
Si el virus se propaga por el contacto de la gente, la medida adecuada parecería ser evitar dicho contacto y de ahí la noción de cuarentena o confinamiento. En términos ideales, una cuarentena podría tener éxito únicamente si el contacto humano es detenido por un período suficientemente largo para que el virus no pueda introducirse en ningún organismo vivo para infectarlo y reproducirse. Pero esto, naturalmente, no es viable. Una sociedad humana sin contacto simplemente no puede subsistir, ni económica ni socialmente. Por consiguiente, una cuarentena solo puede ser una medida temporal que contribuye a frenar pero no a erradicar la propagación del virus.
Al mismo tiempo que se exige a la población permanecer en sus hogares para protegerse de un eventual contagio, se debería poner a su disposición, sobre todo en el caso de los segmentos menos favorecidos de la población, recursos suficientes para que puedan subsistir sin tener que salir a trabajar. Mucha gente en el Perú, no olvidemos, no tiene un trabajo formal y se gana su sustento literalmente día a día. Y no se trata de hacer caridad sino de solidaridad con fines públicos. No ayudar a los más pobres no tiene otro efecto que poner en riesgo a la población en su conjunto. Insisto: el problema es público y la respuesta también debe ser pública.
Y la idea de frenar la propagación mediante una cuarentena tiene una razón de ser muy sencilla: darse tiempo para tomar otras medidas que contribuyan a frenar aún más la propagación y a preparar la infraestructura hospitalaria y sanitaria – incluyendo la confección de mascarillas y la construcción de respiradores mecánicos – para poder tratar adecuadamente picos de contagios, sobre todo cuando la salud pública es tan precaria como en nuestro país. Ese tiempo puede ser también aprovechado por nuestros científicos para investigar la posibilidad de elaborar antídotos y remedios al virus.
Pero hay más. Un número indeterminado de personas han sido infectadas y son por lo tanto portadoras del virus, pero no presentan síntomas, es decir no se enferman ni sufren. Pero al parecer sí podrían contagiar a todos los que forman parte su entorno. Esto significa una cosa: se debe hacer un gran esfuerzo por detectar quiénes están infectados, indistintamente de que presenten síntomas o no, para aislarlos y evitar que continúen contagiando. En una palabra, el Estado debería poder hacer las pruebas de despistaje de toda su población, sin excepción, para aislar a todo aquel que sea portador del virus, y curarlo cuando sea necesario.
Este despistaje, además de generalizado, debería ser también periódico. Y esto, ciertamente, tendría que ser una responsabilidad del propio Estado y no de la empresa privada, pues las pruebas de despistaje deberían poder ser hechas sin costo alguno para los usuarios, para no desfavorecer a los personas de escasos recursos. Una pandemia es un problema de salud pública y debe ser afrontado con medios públicos. Y aun cuando se descubriese una vacuna que permita inmunizar a la población, esa vacuna debería ser distribuida de manera gratuita a toda la población, sin excepción, lo que solo el Estado puede llevar a cabo.
En el plano internacional
Hasta acá lo que se podría hacer el interior de un país. Pero hemos visto que la propagación es mundial, es decir que cruza fronteras y a gran velocidad. La pregunta que surge inevitablemente es qué sucedería si la población de un Estado que hubiera logrado controlar y detener al virus se mantiene en contacto con poblaciones de otros países. El riesgo de contagio persistiría. Una opción sería evitar todo contacto entre la población propia y las poblaciones extranjeras, lo que significaría aislarse completamente del mundo. Esto, naturalmente, tampoco sería viable.
La otra opción, que en realidad sería la única opción viable, es que los gobiernos conversen entre sí y, sobre la base de las investigaciones que cada cual haya emprendido, acuerden cuál sería la manera más eficiente para controlar el virus dentro de sus fronteras respectivas y obligarse entre sí a ponerlas todos en práctica al mismo tiempo, y con igual eficiencia, para que la gente pueda desplazarse nuevamente por esos países con relativa seguridad. Esto, a su vez, implicaría repotenciar la cooperación internacional, pues no todos los miembros de la comunidad internacional tienen iguales recursos y capacidades para ejecutar al interior de sus fronteras políticas públicas susceptibles de controlar el virus. Pero, para que sea realmente efectiva, deberá ser una cooperación internacional guiada por un fuerte y claro sentimiento de solidaridad internacional.
Dentro de ese marco de cooperación internacional, todos los centros importantes de investigación científica deberán estar interconectados y trabajar de manera coordinada, compartiendo experiencias para sacarle el máximo provecho al acervo científico de la humanidad. Y el resultado de tales investigaciones deberá ser también incorporado al acervo público de la comunidad científica internacional, ya que los remedios así producidos deberán ser distribuidos de manera masiva y gratuita a toda la población mundial. Una distribución en manos de la empresa privada, inevitablemente costosa y, por consiguiente, selectiva, nunca podría ser masiva y no contribuiría eficazmente a la erradicación del virus.
No olvidemos que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, lo que significa que toda la población estará siempre en riesgo mientras el virus no haya sido neutralizado en algunas partes del mundo.
Comentarios finales
El control de una pandemia del calibre del coronavirus en un mundo globalizado como el actual requiere del trabajo concertado entre un Estado bien organizado y orientado al bien público; y una sociedad suficientemente bien educada y disciplinada, capaz de distinguir claramente entre intereses públicos y privados. Un Estado débil y precario, inserto en una sociedad poco ilustrada, indisciplinada y egoísta será más vulnerable a los efectos nocivos de una pandemia.
Pero el control de esta pandemia requiere también, precisamente por la naturaleza globalizada del mundo actual, de una concertación de esfuerzos a nivel internacional. La cooperación y solidaridad internacionales son dos conceptos sin los cuales los esfuerzos tanto domésticos como internacionales serán siempre insuficientes e incompletos. Y recién una vez controlada a nivel mundial la pandemia, se deberá determinar su relación con el evidente deterioro del medio ambiente a efecto de prevenir, en la medida que eso sea posible, la aparición de nuevas pandemias.
Un apunte final sobre el deterioro del medio ambiente. Ya nadie en su sano juicio – con la excepción de algunos políticos de potencias cuyos nombres no viene al caso mencionar – se atrevería a poner en duda que el equilibrio ecológico fundamental para la convivencia de las diversas formas de vida en este planeta está siendo irresponsablemente alterado por el ser humano, el depredador más nefasto y nocivo que la naturaleza haya podido engendrar.
Pues bien, superada esta pandemia sería muy deseable y oportuno que los seres humanos reflexionemos y comprendamos por fin que si no adoptamos formas de comportamiento social e individual que favorezcan una sana armonía con la naturaleza, nos exponemos a que aparezca una nueva pandemia que termine por eliminarnos de la faz de la Tierra.